Pablo Macalupú Cumpén Resignificación en la producción operística...
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Lima, agosto de 2020, 4(1), pp. 14-41
A Verdi se le conoce a nivel mundial —incluso por el público ajeno al género— por sus obras
escritas a partir de la llamada “trilogía popular”: Rigoletto, Il trovatore y La traviata; de 1851,
la primera, y 1853, las dos siguientes. Sin embargo, desde 1842, año del estreno de Nabucco,
su tercera ópera, Verdi trabajó con intensidad y sin parar, precisamente, hasta 1851. De
aquella etapa, compuesta por 16 óperas, las que más destacan son Nabucco y Macbeth. En
los últimos tiempos, muchos teatros han dedicado nuevas producciones a Attila, Giovanna
d’Arco, Luisa Miller, Stiffelio, Il corsaro y Alzira, esta última estrenada originalmente en
Nápoles, en 1845.
El desdén popular hacia Alzira parte, probablemente, de la confesión epistolar de Verdi a su
amiga, la condesa Giuseppina Negroni Prati, a quien le dijo que esa ópera era “muy fea”. Esa
indiferencia popular, además, puede deberse a las creencias que aún circulan sobre la primera
etapa de Verdi (llamada usualmente “años de galeras”) como la de un compositor que escribía
sus obras muy rápido y sin detenerse en los detalles. Desde luego, no se toma en cuenta que
todo ese trabajo previo fue clave para su desarrollo artístico posterior.
Los análisis concretos en torno a la marginación de Alzira en el repertorio verdiano han sido
estudiados por los musicólogos Massimo Mila, Pierluigi Petrobelli, Roger Parker y Julian
Budden, quienes explican con detalle cómo se compuso esta ópera, qué cambios hubo en el
proceso y, sobre todo, en qué contexto se creó.
Mila infiere que la carta de Verdi a la condesa Negroni era, sobre todo, la impresión de un
recuerdo lejano, porque “los artistas no son los mejores jueces de sus creaciones”. Partiendo
de ese punto, el musicólogo italiano considera la recepción crítica de Alzira en su estreno en
Nápoles, la entonces capital de la ópera, como relativamente más cálida que la de Milán, cuyos
periodistas criticaron la obra por su “pobreza de ideas, monotonía” y exigieron a Verdi un
cambio: “El arte le pide, más que una modificación, una transformación”, una obra que sea
“más intelectual, más estética, más verdadera” (Mila, 1966). Además, analiza la
“obsequiosidad absolutamente inusual” en la correspondencia entre Verdi y Salvatore
Cammarano, el libretista de Alzira. Sobre esta relación, “Verdi, sin duda, consideró que tenía
mucho que aprender de él”, concluyó Julian Budden (2008) en su libro dedicado al compositor
italiano.
Massimo Mila asegura que Verdi no se tomó a la ligera el compromiso que había asumido de
escribir Alzira para Nápoles “y, si resultó débil, en parte se debe a la elección de un libreto
desafortunado”. A decir del musicólogo italiano, en el texto de Cammarano “no queda nada”
del drama original de Voltaire titulado Alzira ou Les américains y “no hay continuidad
psicológica en el comportamiento de Gusmano, ni coherencia de situaciones ideológicas en la
brecha entre cristianos peruanos e incas”.
Otros detalles estructurales de Alzira están en las tres cavatinas, casi una seguida de otra, que
presentaron a los personajes principales: Zamoro, Alzira y Gusmano. “En los tres casos se trata
de un aria doble, formada por dos núcleos diferenciados, diferentes en materia temática y
carácter expresivo […] divididas por una intervención sea del coro o cualquier otro personaje”
(Mila, 1966). A raíz de ello, el citado autor señala a Verdi como un “músico esclavizado por la
forma convencional que pone en práctica cada vez más dócilmente, como si se tratara de un