112 ANTEC Revista Peruana de Investigación Musical
Lima, agosto de 2020, 4(1), pp. 108-123
En sus continuas clases desarrolladas entre 1987 y 1991, aprendimos a despojarnos de
nuestros propios principios y valores para entender los de otras culturas, una condición
esencial para la profesión del musicólogo. Yo llegaba de Nasca con muchas interrogantes
sobre nuestra escala musical ancestral y microtonal expresada en las antaras de este lugar;
además, ya había compuesto obras para instrumentos sinfónicos y nativos, iniciativa
experimental que Américo también venía realizando.
En el Conservatorio, además de los estudios de especialidad, compartimos con el propio
Valencia la experiencia del Taller de Instrumentos Nativos, desfilando en nuestra imaginación
y nuestra práctica musical aquellos sikuris empleados por nuestros ancestros desde tiempos
inmemoriales y hasta nuestros días. En lo teórico, Valencia nos acercó, a sus tres primeros
alumnos —Carlos Mansilla, Renato Neyra y Miguel Oblitas—, a los eminentes tratados de Alan
Merriam y Dale Olsen, pilares de la etnomusicología.
En lo creativo, estaba en plena actividad la llamada generación del 50, que legó importantes
obras de música académica peruana.
Durante las clases con el maestro Valencia, que luego continuaban en charlas de café, fuimos
reconociendo las obras de la música académica peruana, que ya incluían instrumentos
musicales nativos antes de nuestras iniciativas. Estas pertenecían a Claudio Rebagliati,
Theodoro Valcárcel, Alejandro Vivanco, Celso Garrido-Lecca, Edgar Valcárcel, David Aguilar,
Aurelio Tello y Arturo Ruíz del Pozo. Luego vendrían las obras del propio Valencia y las mías,
camino que siguieron posteriormente los ya veteranos Francisco Pulgar Vidal y Jaime Díaz
Orihuela, y los más jóvenes como Luis Ochoa Revoredo, de Cusco, Rafael Junchaya Rojas, de
Lima, y Federico Tarazona, de Áncash.
Reflexionábamos acerca de que, si consideráramos nativos a los instrumentos afroperuanos,
deberíamos también reconocer las obras de Enrique Iturriaga, Francisco Pulgar Vidal, Celso
Garrido-Lecca, Douglas Tarnawiecki, mis trabajos y los de Manuel León Alva.
Por todo lo expresado, es justo reconocer al maestro Valencia por su aporte como educador
e innovador musical, y su propuesta de una plantilla orquestal basada en los sikus
acompañados de quenas, pinkillos y otros instrumentos nativos, ideario sonoro en el que
felizmente coincidimos desde un principio, pues tres años antes de conocerlo había yo escrito
una primera obra sinfónica que incluía instrumentos nativos.
Podríamos extender estas páginas hablando sobre el maestro y sus discípulos, y también
acerca de su forma de abordar los diversos temas de la musicología, como el aporte del
Relato de experiencias Testimonios sobre el legado del maestro... 113
catálogo organológico de Curt Sachs y Hornbostel a la clasificación de los objetos sonoros.
Pero lo más resaltante en Américo fue que, aun teniendo ideologías y teorías diferentes con
respecto a las investigaciones que veníamos realizado en solitario y en conjunto, las que
pudieron llevarnos a discrepar ampliamente en muchos aspectos, mantuvimos una gran
amistad forjada por las felices coincidencias y por el don de saber entendernos. He ahí la
grandeza del maestro, como lo señalé al recitar un epitafio de gratitud el día en que partió al
viaje sin retorno, acompañado de la música de los míticos y milenarios ayarachis.