
Alejandro Vera | De músico de un virrey a sochantre en la Catedral de Lima... I 15
Lima, diciembre de 2022, 6 (2), pp.12-29
3. La excepción era el puesto de organista, ocupado por Juan Rodríguez Calvo en la segunda parte del siglo XVI (Sas, 1971, p.
136 ; Sas, 1972, pp. 357-358).
4. Archivo General de la Nación del Perú (en adelante AGNP), Protocolos notariales del siglo XVI, vol. 118, fol. 225.
con rentas más que adecuadas, con la cercanía del poder y aparato ceremonial
del virrey, con el concurso de seis capellanes reales pagados (y muy bien)
directamente por la Caja Real, con los extraordinarios recursos culturales y
musicales de una gran ciudad, no pudo lograr una capilla musical acorde a su
importancia (2019, pp. 157-158).
El autor añade que esto es válido, especialmente, para el período anterior a 1676,
dada la relativa escasez de datos históricos y completa ausencia de fuentes
musicales (Ibídem, p. 158).
No obstante, las lagunas son aún más marcadas con anterioridad a 1612, año en el que
el arzobispo Lobo Guerrero instituyó una capilla de música estable y promulgó sus
primeras “Constituciones” (Stevenson, 1959, pp. 73-75; Sas, 1971, pp.67-71; Waisman,
2019, pp.143-146). A partir de ese momento, existe abundante información relativa a
la actividad de los músicos de la catedral y la evolución de su capilla musical. Antes,
solo datos fragmentarios y dispersos (cf. Marín, 2019). Se sabe, por ejemplo, que un
tal Diego Álvarez era maestro de capilla hacia 1552, pues es mencionado como tal
en las ceremonias de promulgación del Primer Concilio de Lima (Gembero, 2016).
Sin embargo, nada más se conoce sobre este músico, ni tampoco es seguro que la
catedral contara ya con una capilla estable en esa época (cf. Andrés Fernández y
Vera, 2022). De hecho, la frecuente contratación de ministriles indios para las fiestas
más importantes (Sas, 1971; Gembero, 2016) sugiere, justamente, que la institución
no tenía instrumentistas entre su plantilla de músicos
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, o, al menos, que no los tenía
en cantidad necesaria para dichas ocasiones. Incluso la documentación de primera
mano, cuando aporta algún dato nuevo de interés, suele ser parca en detalles.
Por ejemplo, un documento notarial del 25 de agosto de 1559 informa que Juan de
Oliva, cantor de la catedral o “Iglesia mayor”, perdonó formalmente al maestro de
capilla, Juan Bautista de Vitoria, quien había “arremetido” contra su persona. Pero,
si bien esta fuente añade dos nuevos nombres al reducido elenco de músicos
documentados en Lima durante siglo XVI, poco o nada nos dice sobre su trayectoria
o importancia.
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Al menos dos factores pueden explicar este vacío, a primera vista, paradójico. Por un
lado, debe admitirse sin eufemismos que los recursos del Arzobispado de Lima eran
inferiores a los del Arzobispado de México. Baste comparar el presupuesto anual
de 93.483 pesos que la catedral mexicana tenía en 1665 (Pérez Puente, 2001, p. 33),
con el de 53.513 pesos que tenía la de Lima a finales del siglo XVII.
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Esta importante